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9 lecciones de mi camino para convertirme en mamá: de las dudas al amor infinito

convertirme en mamá

Nunca soñé con ser mamá. Desde niña jugaba con Barbies que eran empresarias, viajeras, ejecutivas. Lo mío eran los logros profesionales: ascender, trabajar en multinacionales, ganar sueldos altos. La maternidad no estaba en mis planes, y en mi cabeza incluso era un obstáculo.

Pero un día, la conversación de los hijos llegó. Con mi esposo decidimos dar el salto, aun con dudas y temores. No sabía entonces que estaba a punto de iniciar un camino de lágrimas, esperanza, ciencia, fe y amor que cambiaría mi vida para siempre.

Hoy quiero compartirte las 9 lecciones que me dejó este camino para convertirme en mamá.


1. Nunca te sentirás 100% lista para ser mamá

Siempre tenía un “después de” en mi cabeza:

  • Después de lograr este ascenso.

  • Después de entrar a esta empresa.

  • Después de cumplir esta meta.


La maternidad me parecía algo que frenaría mi carrera. Hasta que un día mi esposo me dijo algo que nunca olvidé:“Nunca te vas a sentir lista del todo. Siempre vas a encontrar un nuevo objetivo.”


Tenía razón. Entendí que esperar el “momento perfecto” era esperar lo imposible.

📊 El 62% de las mujeres pospone la maternidad por motivos profesionales o educativos (Pew Research Center).


2. El miedo inicial es parte del proceso

Cuando dejamos de cuidarnos, en lugar de sentir ilusión… sentía miedo.

Tenía pesadillas:

  • Que nacía mi bebé y yo no lo quería.

  • Que yo era una mala madre y le sucedían cosas terribles a mi bebé.

  • Que me ofrecían el trabajo de mis sueños y tenía que rechazarlo porque debía cuidarlo.

  • Que me arrepentía y decía: “Sabía que esto no era para mí.”


Me despertaba sudando, angustiada, convencida de que sería una mala madre.

Con el tiempo descubrí que esos miedos eran parte del duelo por dejar atrás mi antigua identidad. Y que el miedo no significa incapacidad: significa transformación.


3. La infertilidad enseña paciencia y resiliencia

Los meses pasaban y el embarazo no llegaba. Al inicio, casi lo agradecía: en el fondo no estaba lista. Pero después de dos años, la espera se volvió angustia: ¿y si nunca podía tener hijos?


Así que decidimos ir a una clínica de fertilidad. Todo estaba bien: mi útero, mis ovarios, al menos una de mis trompas funcionaba perfectamente, la salud de mi esposo era ideal. Éramos uno de esos casos “sin explicación”.


Iniciamos nuestro primer tratamiento, una inseminación artificial (IUI). Un día no pude resistir y me hice la prueba de orina antes de la fecha oficial de la clínica, mostró dos rayitas tenues. Lloré de emoción, abracé a mi esposo… pero en el análisis de sangre salió negativo.


Ese golpe me tumbó. Aún recuerdo salir sola bajo la lluvia, llorando, pidiéndole a Dios: “Dame fuerza, porque no puedo más. Te lo ruego, dame la fuerza que necesito para poder atravesar esto”


📊 La infertilidad afecta a 1 de cada 6 personas en el mundo (OMS). No es solo un reto médico: es una batalla emocional y espiritual.


4. El dolor emocional pesa más que el físico

Intentamos otra IUI. Otra negativa. Ese día entendí que podía aguantar cualquier aguja, hormona o pinchazo, pero lo que realmente me quebraba era el dolor emocional de un nuevo negativo.


El cuerpo se acostumbra a lo físico. El alma, no tanto. Un resultado negativo se siente como si todo el esfuerzo, la ilusión y la energía se derrumbaran en segundos. Por eso le dije a mi esposo: “Prefiero el dolor físico al dolor emocional, porque siento que me mata el alma.”  Y así decidimos pasar directamente a la fertilización in vitro (FIV).


5. El dolor es inevitable, la actitud es tu elección

Cuando decidimos pasar a la fertilización in vitro (FIV), sabía que venía un proceso duro: inyecciones diarias, hormonas, análisis, incertidumbre. Pero en lugar de hundirnos en el miedo, lo convertimos en un ritual con humor.


Mientras preparábamos las jeringas, con mi esposo inventábamos recetas:—“Agregamos amor, añadimos alegría, un poco de inteligencia, piernitas fuertes…”Y reíamos.


Ese cambio de enfoque no borraba el dolor, pero lo hacía más llevadero. Aprendí que la actitud con la que enfrentas el dolor cambia todo: puede transformarlo de un peso insoportable en una batalla que logras atravesar con más fuerza y esperanza.


6. La ciencia y la fe pueden caminar juntas

El primer ciclo de FIV nos dejó solo 3 embriones. Me asusté: ¿y si fallaba el primer intento? ¿Y si el segundo tampoco funcionaba? Decidimos hacer un segundo ciclo y conseguimos 5 más. Teníamos 8 embriones: 8 posibilidades de ser padres.


Me preparé como nunca: alimentación sana, ejercicio, oración y meditación constante. El día de la implantación estaba nerviosa, pero llena de fe.


Cuando vi esas dos rayitas otra vez… lloré como nunca. Esta vez sí, estaba embarazada.

📊 La FIV tiene tasas de éxito entre 30% y 50% dependiendo de la edad y la salud (CDC).🙏 Y aprendí que la ciencia te da el camino, pero la fe te da la fuerza para recorrerlo.


7. Convertirme en mamá cambió mis prioridades

Durante el embarazo estudié como nunca: lactancia, apego, estimulación temprana, psicología infantil. Y en medio de tanta preparación descubrí algo que no esperaba: ya no quería ser la mejor ejecutiva, quería ser la mejor mamá.


Tomé la decisión de dejar mi carrera corporativa. Gracias a Dios tenía la opción y la aproveché, porque no quería perderme nada. Hoy entiendo que lo aprendido en el mundo profesional no se pierde: disciplina, resiliencia y enfoque ahora están puestos al servicio de mi hijo y de nuestra familia. Esa fue mi gran reordenada interna.


8. Por mucho que te prepares, siempre habrá retos

Me preparé como si la maternidad fuera un examen: leí sobre lactancia, apego, estimulación, psicología infantil. Llegué a ella con toda la teoría… y aun así me encontré con noches interminables, con un bebé que no dormía casi nada, con el cansancio que te rompe por dentro.


Ahí entendí que ningún libro te da todas las respuestas. Que por mucho que te informes, la maternidad siempre trae retos nuevos que te descolocan. Y en esos momentos solo queda dar lo mejor de ti, confiar en tu intuición y pedirle a Dios la guía y la fuerza para seguir.


9. Compartir lo aprendido transforma vidas

Cuando descubrí qué le pasaba a mi hijo y cómo ayudarlo a dormir mejor, todo cambió: él estaba más tranquilo y yo pude respirar aliviada. Pero la maternidad no se detuvo ahí. Cada día traía nuevos retos: noches de agotamiento, dudas inesperadas, preguntas que jamás me había planteado.


Y cada vez que encontraba una respuesta —leyendo, investigando, probando estrategias— sentía que mi maternidad se volvía más ligera y que mi hijo era más feliz. Entonces me pregunté: ¿cuántas mamás estarán pasando por lo mismo sin saber por dónde empezar? Incluso yo, que había leído tanto, me sentía perdida muchas veces.


Ese día me hice una promesa: cada cosa que aprendiera, la compartiría. Así nació MamitaAmigaMujer, no como un proyecto planeado, sino como una necesidad del corazón. En mi búsqueda por ser la mejor mamá para mi hijo he aprendido tanto, que sentí la necesidad de ponerlo al servicio de otras familias. Si con lo que comparto logro contribuir, aunque sea un poquito, en la vida de otra mamá o papá, y hacer que su camino sea más llevadero, amoroso y consciente, entonces habrá valido la pena.


Lo que me dio calma y esperanza podía convertirse en alivio para otra familia. Y entendí que compartir no era opcional: era mi propósito, mi manera de acompañar a otras mamás y papás en sus propios caminos.


🌸 Un cierre desde el corazón

Convertirme en mamá fue mi mayor transformación. Pasé de temer a la maternidad a abrazarla como propósito de vida. De buscar metas corporativas a descubrir que mi mayor logro duerme en mis brazos.


Hoy sé que ser mamá no me detuvo: me dio un rumbo más profundo y valioso.


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